LA EVA DE GIOCONDA
/RESEÑA DEL LIBRO: EL INFINITO EN LA PALMA DE LA MANO
Por: Lorena Gallego Rosero
“El evangelio que usted lee en su iglesia es una interpretación de la realidad de profetas. Usted puede interpretar la suya”.
No recuerdo dónde escuché o leí esa frase, la encontré en un cuaderno de notas donde estuve escribiendo lo que me despertaba este libro, pero ¡cuánta razón hay en ella! El sentido que le han dado a nuestra existencia como mujeres ha sido una versión construida y contada desde una subjetividad patriarcal que nos ha puesto en la palma de la mano de los hombres para ser manipuladas y dominadas. Es necesario entonces convertirnos en profetas para reinterpretar y resignificar la vida, la espiritualidad y por ahí derecho, las sagradas escrituras que tanto nos han condicionado, estigmatizado y que tanta culpa nos han generado a las mujeres.
Este ejercicio lo hace Gioconda Belli, en su libro publicado originalmente en el 2008 El infinito en la palma de la mano, en donde se atreve a narrar, a través de una novela, una versión del Génesis que podría llamarse feminista (aunque con algunas excepciones para mi gusto). Y mira qué osadía, porque en este sistema, que una mujer contradiga una exégesis masculina se puede considerar un verdadero atrevimiento abominable. Sin embargo, la autora logra redefinir muchos designios del dios que se han inventado los hombres, de formas sutilmente potentes, para reivindicar a la Eva que ha sido considerada la gran pecadora y culpable de la desgracia humana.
Giocconda es una poetisa y novelista nicaragüense que a través de sus textos y de otras acciones de resistencia ha transitado en el activismo feminista por más de 30 años. Su perspectiva feminista se evidencia en la narrativa que construye alrededor de una Eva inquieta, apasionada, curiosa, ávida de conocimiento, sabiduría, libertad y vida. Para la autora, Eva era una mujer que quería sentir, palpar, conocer, saber, crear, y permitir que otros seres existieran y vivieran lo mismo. Era una mujer que quería respirar más allá de lo perfecto, lento y leve que era el paraíso. Lo contrario: vivir sin cuestionar, en lo plano, y sin el aire de lo novedoso, pareciera que no era vida para ella; Necesitaba un propósito y ese propósito nunca fue servirle la comida y sobarle los pies a Adán.
Adán era un hombre conforme, pasivo, débil y temeroso. Eva exploraba lo desconocido aunque le pareciera hostil, mientras él solo añoraba lo que ya conocía. Morder lo que en este universo era un higo y no una manzana, fue una decisión consentida, nunca un engaño ni una imposición, y aunque Adán siempre intentó culparla por haberlo sacado de la quietud y lo simple, lo cierto es que mordió el fruto porque le daba pánico quedarse solo e incompleto. ¿Un Adán con dependencia emocional? Vaya, vaya…
Eva, cuestionándose mucho, entendió que no era su responsabilidad cargar con culpas y debilidades ajenas, su responsabilidad era cambiar la historia, historia que plasmó en dibujos en su cueva, aunque el sufrimiento que había que vivir para eso fuera producto de los caprichos y egoísmos de dios, o Elokim, como le llamó Gioconda al gran creador que en esta ficción era un poco ególatra. Por eso no dejó que Adán le reprochara alcanzar la libertad, aunque ésta doliera. Para ella y para Adán, ese dolor fue al final un camino hacia el placer y el amor.
La maternidad, la sexualidad y el placer que la Eva de ésta novela experimenta, se conectan mucho más con experiencias de mujeres reales. Incluso, en lo que sospecho fue una omisión sin intención de la autora, cuando Eva y Adán son narrados teniendo relaciones sexuales fruto del deseo, las escenas son falocéntricas y aunque intentan evidenciar la presencia del placer, para mí, hizo falta alusión a otras formas de llegar al climax aparte de la penetración. El placer de Eva fue narrado desde una perspectiva poco o nada consciente de la existencia del clítoris, como órgano, cuya única función es generar placer. Entre tantos desafíos que hace la autora al conservadurismo cristiano siempre esperé encontrarme con una escena de este porte, pero nunca llegó.
Frente a la maternidad, es alivianador leer a una Eva que admite estar cansada de parir y que admite querer salir corriendo porque no aguanta más ser madre, aunque ame profundamente a sus hijas e hijos. Una Eva que se planteó si el dolor de maternar había sido una estrategia de Elokim para evitar que ella desafiara a Adán porque la consideraba más fuerte. Las historias de sus hijas e hijos también son descritas alrededor del deseo, la sexualidad, los celos y los gajes del amor romántico combinados con la necesidad de reproducción; algunas veces replicando estereotipos y normalizando violencias basadas en género, no me queda claro si con la firme intención de incomodar o producto simplemente de falta de conciencia. Cómo se desenvuelven en la crianza y se reparten las tareas resulta también un ejercicio interesantemente armónico que reta algunos roles de género. Se disfruta y se aprende leyendo las dinámicas de esta familia que creó Gioconda, sobretodo porque las remata con un final inesperadamente evolucionista.
Me identifico como atea, pero esta versión del Génesis que transforma la versión bíblica de la mujer como un ser de perdición a una guerrera de la vida, es una con la que puedo reconciliarme. Me permite fortalecer los lazos que intento tejer con otras mujeres que encuentran en la religión, en las iglesias y en la palabra de su Dios, las respuestas a sus interrogantes, el amor, la paz y la esperanza.
Recomiendo esta lectura a creyentes y no creyentes, a quienes se cuestionan y a quienes no, porque con todo, encontrarán una historia entretenida con la que es fácil conectarse, aunque ocurra en un mundo donde las serpientes hablan y el ave fénix renace. Esta versión de Eva, con ínfulas de profeta, pero una profeta bastante racional que quiere discutirlo todo diciendo: “si se me ocurren preguntas es porque hay respuestas y deberíamos saberlas”, me gusta y me inspira. ¡ES UNA EVA QUE PUEDE TENER EL INFINITO EN LA PALMA DE SU MANO!